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El último olifante magyar
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El último olifante magyar
(Éste es uno de los articulos breves pero concisamente informativos, de algunos episodios históricos, para gusto de cada uno, y quien me haya leido los post ya sabrá que mi estilo es inconfundible XD) Un saludo!
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Lehel Kurtje (Olifante/cuerno de guerra de Lél)
Lechfeld,955; cerca de la antigua ciudad romana Augusta Vindelicorum, y en la región antigua de Recia. Hoy la actual Ausgburgo.
Durante generaciones, las furibundas, paganas y rabiosamente belicosas tribus asiáticas de los confines orientales del mundo desconocido, han arrasado las castigadas llanuras antaño escitas, alanas y sármatas, hasta llegar a las puertas de Europa, como lo hizo el iracundo Atila en la primera oleada.
Durante generaciones posteriores, los autoproclamados khanes, herederos del poder huno, se han alzado en la zona Carpática, asolando los Balcanes, y lastrando al Imperio Romano de Oriente: los ávaros atraviesan las fronteras, e inundan los Balcanes con la población eslava, eslavizando la región; los búlgaros constituyen el primer reino bárbaro dentro del mismo Imperio Romano, como siglos antes ocurría con los visigodos en Occiente; mientras tanto, hordas de árabes atacan sin cesar el corazón de la capital, junto con hordas de jázaros acechando en la zona ucraniana, y los magyares, esperando una oportunidad para penetrar con fuerza e ímpetu en el occidente y oriente europeo.
La situación tras la relajación búlgara, así como la aniquilación del poder ávaro, constituyó una oportunidad que difícilmente, esta tribu heterogénea, no desaprovechó. Los pastos de la rica llanura panonia, les sirvió de poderosa fuerza para su excelente caballería, última en la carrera evolutiva asiática, así como en el arte del arco asiático.
La situación en Europa da un nuevo vuelco; los magyares atacan por todos lados, arrasan, y llevan una guerra a límites hasta ese entonces desconocidos, penetrando en Italia, los ducados germanos del este, el Imperio Bizantino, Bulgaria, y atravesando en una feroz incursión, los Alpes, hasta llegar a Lérida, en España, con un asedio infructuoso, pero de marcado asombro.
Las incursiones son cada vez más numerosas y desastrosas. El imperio Germánico de Otón, deberá hacer frente a esta amenaza de una manera, entrar en contacto con ellos, y derrotarlos en su propio terreno, y haciéndoles perder su orgullo y valor en una derrota clara.
Para ello, reuniría a los otros reyezuelos y duques germánicos, y realizaría un acto de paz, previo al ataque demoledor con su ejército. Los húngaros por su parte, reunían sus huestes y se encaminaban a la batalla con una masa poderosa de caballería capaz de aplastar fácilmente al ejército germánico.
En una situación harto insufrible, con otro ejército magyar de nuevo sitiando otra población germana, Otón dispuso su ejército en varias alas, con composición por entera germánica, bloqueando la vía de escape del ejército magyar, por el flanco izquierdo del río Lechfeld, de manera que Otón, se desplazó por la derecha, entre el camino hacia los dominios magyares, y el propio ejército magyar.
La lucha era previsible, los magyares debían atravesar el río si querían regresar y no encontrarse en una situación de estrechamiento de filas entre dos fuegos, temiendo un ejército auxiliar en la batalla por la retaguardia, mientras se hallasen dubitatibos sobre hacer frente a Otón.
La batalla consistió en movimientos rectos y estratégicos, que pudieran acorralar cualquier intento de penetrar en las líneas germánicas, bajo desesperación de los enérgicos harkas, que aunque lanzando divisiones por los flancos a través de otra parte del río, y realizando maniobras clásicas de caballería arquera (ataque y retirada fingida), no lograron desistir ningún punto de la línea germana, exceptuando la primera maniobra, que se vio fracasada, por el ansia de riqueza, típica de los nómadas saqueadores.
La derrota fue total, y los ataques magyares cesaron por completo de una vez por todas. Lechfeld, fue la tumba del terror magyar. Al final de la contienda, Otón no hizo prisioneros: aniquiló la elite y a los 2 harkas del ejército, junto con otros cargos distinguidos. No obstante, no fue el final del orgullo magyar, sino el principio de la leyenda de su fortaleza y espíritu indomable.
A la hora de morir, uno de los harkas, Lél (Lehel), se aproximó para decir unas últimas palabras al soberano reinante. A su lado, permanecía Conrado el Rojo, uno de los nobles distinguidos germanos, que irónicamente, fue el que decididamente provocó la propia guerra, al llamar a los magyares pensando en su ayuda y utilizándolos para debilitar a sus oponentes, incluido el mismísimo emperador germánico, Otón.
Se le dio el beneplácito de decir o pedir algo antes de morir, mutilado y sin opción a pago de rescate (bastante usual en la edad Media), ni compensación a su familia.
Con mirada fugaz y tranquila, el harka, pidió soplar una última vez su olifante. La cúpula germánica accedió. Conrado permanecía exultante en su puesto, pensando en futuras compensaciones, y feliz al delatarse como un miembro leal del ejército otoniano. Sin embargo, justo en el momento en que sujetaba su olifante, Lél, lo agarró fuertemente y lo sacudió con violencia sobre la cabeza del noble germano.
Abundante sangre manaba del cuerpo moribundo del traidor germano, que bajo espasmos pagó cara su traición a su propio soberano, y a su honor mismo, traicionando al apoyo dado previamente a los magyares.
Lél, murió finalmente junto con los harka presentes, pero no sin llevarse antes, la cabeza del instigador y rastrero germano.
Este suceso, se mantiene entre las tinieblas de leyenda o bulo general, sin embargo, aún no se ha demostrado la veracidad o falsedad de la misma, ya que Conrado, efectivamente murió en la campaña de Lechfeld.
Los magyares fueron aniquilados en la batalla, sin embargo, estuvieron cerca de poder obtener una importante victoria, de no ser por el revés sufrido en el cruce del río, y en la desbandada general, sin orden ni disciplina alguna, facilitando la matanza. No fue el final del poderío magyar, sino el principio de una larga carrera de gestas, episodios heroicos y defensa de su reino contra todo pronóstico. Resistieron el empuje germánico, a sus vecinos y poderosos búlgaros, a los reinos eslavos circundantes, incluso a los mismísimos mongoles, siendo el único reino occidental de Europa, en plantarles cara en batalla y salir triunfantes.
Son, en definitiva, la cara real de un pueblo, que desde su fundación en el siglo X, hasta la caída bajo el poder otomano en el siglo XVI, luchó durante toda su historia, contra numerosos enemigos, triunfando con una serie de valores, evolucionados pero basados en un respeto total, a su historia y procedencia original.
Ni siquiera cuando se occidentalizaron, perdieron ni olvidaron sus raíces asiáticas; seguirían contratando, y asentando, las últimas hordas nómadas procedentes del otro lado del mundo, en su propio reino.
Aunque el último olifante magyar, se apagó a los pocos años del nacimiento de su nueva patria, seguiría resonando los ecos, siglos después hasta su caída.
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Lehel Kurtje (Olifante/cuerno de guerra de Lél)
Lechfeld,955; cerca de la antigua ciudad romana Augusta Vindelicorum, y en la región antigua de Recia. Hoy la actual Ausgburgo.
Durante generaciones, las furibundas, paganas y rabiosamente belicosas tribus asiáticas de los confines orientales del mundo desconocido, han arrasado las castigadas llanuras antaño escitas, alanas y sármatas, hasta llegar a las puertas de Europa, como lo hizo el iracundo Atila en la primera oleada.
Durante generaciones posteriores, los autoproclamados khanes, herederos del poder huno, se han alzado en la zona Carpática, asolando los Balcanes, y lastrando al Imperio Romano de Oriente: los ávaros atraviesan las fronteras, e inundan los Balcanes con la población eslava, eslavizando la región; los búlgaros constituyen el primer reino bárbaro dentro del mismo Imperio Romano, como siglos antes ocurría con los visigodos en Occiente; mientras tanto, hordas de árabes atacan sin cesar el corazón de la capital, junto con hordas de jázaros acechando en la zona ucraniana, y los magyares, esperando una oportunidad para penetrar con fuerza e ímpetu en el occidente y oriente europeo.
La situación tras la relajación búlgara, así como la aniquilación del poder ávaro, constituyó una oportunidad que difícilmente, esta tribu heterogénea, no desaprovechó. Los pastos de la rica llanura panonia, les sirvió de poderosa fuerza para su excelente caballería, última en la carrera evolutiva asiática, así como en el arte del arco asiático.
La situación en Europa da un nuevo vuelco; los magyares atacan por todos lados, arrasan, y llevan una guerra a límites hasta ese entonces desconocidos, penetrando en Italia, los ducados germanos del este, el Imperio Bizantino, Bulgaria, y atravesando en una feroz incursión, los Alpes, hasta llegar a Lérida, en España, con un asedio infructuoso, pero de marcado asombro.
Las incursiones son cada vez más numerosas y desastrosas. El imperio Germánico de Otón, deberá hacer frente a esta amenaza de una manera, entrar en contacto con ellos, y derrotarlos en su propio terreno, y haciéndoles perder su orgullo y valor en una derrota clara.
Para ello, reuniría a los otros reyezuelos y duques germánicos, y realizaría un acto de paz, previo al ataque demoledor con su ejército. Los húngaros por su parte, reunían sus huestes y se encaminaban a la batalla con una masa poderosa de caballería capaz de aplastar fácilmente al ejército germánico.
En una situación harto insufrible, con otro ejército magyar de nuevo sitiando otra población germana, Otón dispuso su ejército en varias alas, con composición por entera germánica, bloqueando la vía de escape del ejército magyar, por el flanco izquierdo del río Lechfeld, de manera que Otón, se desplazó por la derecha, entre el camino hacia los dominios magyares, y el propio ejército magyar.
La lucha era previsible, los magyares debían atravesar el río si querían regresar y no encontrarse en una situación de estrechamiento de filas entre dos fuegos, temiendo un ejército auxiliar en la batalla por la retaguardia, mientras se hallasen dubitatibos sobre hacer frente a Otón.
La batalla consistió en movimientos rectos y estratégicos, que pudieran acorralar cualquier intento de penetrar en las líneas germánicas, bajo desesperación de los enérgicos harkas, que aunque lanzando divisiones por los flancos a través de otra parte del río, y realizando maniobras clásicas de caballería arquera (ataque y retirada fingida), no lograron desistir ningún punto de la línea germana, exceptuando la primera maniobra, que se vio fracasada, por el ansia de riqueza, típica de los nómadas saqueadores.
La derrota fue total, y los ataques magyares cesaron por completo de una vez por todas. Lechfeld, fue la tumba del terror magyar. Al final de la contienda, Otón no hizo prisioneros: aniquiló la elite y a los 2 harkas del ejército, junto con otros cargos distinguidos. No obstante, no fue el final del orgullo magyar, sino el principio de la leyenda de su fortaleza y espíritu indomable.
A la hora de morir, uno de los harkas, Lél (Lehel), se aproximó para decir unas últimas palabras al soberano reinante. A su lado, permanecía Conrado el Rojo, uno de los nobles distinguidos germanos, que irónicamente, fue el que decididamente provocó la propia guerra, al llamar a los magyares pensando en su ayuda y utilizándolos para debilitar a sus oponentes, incluido el mismísimo emperador germánico, Otón.
Se le dio el beneplácito de decir o pedir algo antes de morir, mutilado y sin opción a pago de rescate (bastante usual en la edad Media), ni compensación a su familia.
Con mirada fugaz y tranquila, el harka, pidió soplar una última vez su olifante. La cúpula germánica accedió. Conrado permanecía exultante en su puesto, pensando en futuras compensaciones, y feliz al delatarse como un miembro leal del ejército otoniano. Sin embargo, justo en el momento en que sujetaba su olifante, Lél, lo agarró fuertemente y lo sacudió con violencia sobre la cabeza del noble germano.
Abundante sangre manaba del cuerpo moribundo del traidor germano, que bajo espasmos pagó cara su traición a su propio soberano, y a su honor mismo, traicionando al apoyo dado previamente a los magyares.
Lél, murió finalmente junto con los harka presentes, pero no sin llevarse antes, la cabeza del instigador y rastrero germano.
Este suceso, se mantiene entre las tinieblas de leyenda o bulo general, sin embargo, aún no se ha demostrado la veracidad o falsedad de la misma, ya que Conrado, efectivamente murió en la campaña de Lechfeld.
Los magyares fueron aniquilados en la batalla, sin embargo, estuvieron cerca de poder obtener una importante victoria, de no ser por el revés sufrido en el cruce del río, y en la desbandada general, sin orden ni disciplina alguna, facilitando la matanza. No fue el final del poderío magyar, sino el principio de una larga carrera de gestas, episodios heroicos y defensa de su reino contra todo pronóstico. Resistieron el empuje germánico, a sus vecinos y poderosos búlgaros, a los reinos eslavos circundantes, incluso a los mismísimos mongoles, siendo el único reino occidental de Europa, en plantarles cara en batalla y salir triunfantes.
Son, en definitiva, la cara real de un pueblo, que desde su fundación en el siglo X, hasta la caída bajo el poder otomano en el siglo XVI, luchó durante toda su historia, contra numerosos enemigos, triunfando con una serie de valores, evolucionados pero basados en un respeto total, a su historia y procedencia original.
Ni siquiera cuando se occidentalizaron, perdieron ni olvidaron sus raíces asiáticas; seguirían contratando, y asentando, las últimas hordas nómadas procedentes del otro lado del mundo, en su propio reino.
Aunque el último olifante magyar, se apagó a los pocos años del nacimiento de su nueva patria, seguiría resonando los ecos, siglos después hasta su caída.
Faras- Moderador
- Mensajes : 486
Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : Bética
Re: El último olifante magyar
Sep, muy bueno... yo crei que los olifantes eran los elefantiasicos esos del señor de los aros^^
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