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El último momento de gloria de la legión romana clásica
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El último momento de gloria de la legión romana clásica
Escribiendo esto, siendo como soy un profundo admirador del mejor ejército que ha existido en la historia de la humanidad, no puedo evitar sentir congoja y cierto sentimiento de melancolía, tras ver las gestas de Roma, en todo su esplendor, hasta llegar al último episodio definitivo, donde ese esquema de gestas, se levantó agarrando y sometiendo con fuerza al mundo.
Siglos de guerras fraticidas primero en la península itálica, con pobladores tribales y helénicos, que no se sometían con facilidad y ofrecieron resistencia incluso en los albores de los últimos años de la República.
Generaciones perdidas en dos continentes, durante la guerra contra la enemiga por excelencia de la República romana.
Años de sufrimiento soportando las correrías de las tribus celtas y germanas, prolongados hasta el último suspiro del imperio.
Costosas y largas guerras en el Oriente y los restos del Imperio de Alejandro, que determinaron el nacimiento de un nuevo enemigo, esta vez, hasta el final de una era.
Sin embargo, Roma, consiguió levantarse por encima de todos ellos, y alzar su mano poderosa, por siglos que parecían eternos.
Pero si algo es considerado una verdad universal, es la inexistencia de la eternidad. Roma, a mediados del siglo IV, empezó a tambalearse ante la vorágine de sucesos desgraciados que la sacudían desde las primeras grandes invasiones, rechazadas por toda una generación de emperadores, que en numerosas ocasiones cayeron luchando en batalla.
No había más sangre ni gloria para otra generación más de esos valientes; sólo hubo algunos que intentaron, con algún rastro de esa sangre ya perdida, levantar el imperio, mas era una tarea tan titánica, que hubiéranse necesitado sin duda, la figura de un mito, en una época, en la que ya no existían.
Las fronteras tan solo eran el camino de paso para la adquisición de nuevas conquistas para todo el mundo más allá del romano: ahora el botín era Roma, y no el mundo.
Llegamos pues, en esta tesitura, de ambiente frágil, gris, y funesto, al capítulo final del esquema clásico de las legiones.
Valente, emperador reinante del Imperio de Oriente, había accedido al trono, compartido con su hermano Valentiniano, emperador de Occidente, tras la rápida muerte de Joviano, sucesor elegido a toda prisa con la muerte del verdadero emperador reinante, Juliano, fallecido en batalla.
Mientras que Valentiniano, había impulsado y tomado ejemplo de su antiguo señor, reformando las fronteras a fondo, luchando contra las tribus sin descanso, y rechazando acuerdos humillantes, su hermano se dedicaba al lujo y acomode de Oriente, lanzando apenas varias correrías en territorio godo, para mantener el aviso y autoridad romana en la frontera.
Cierto es, que en esa época justamente, no había otro enemigo muy poderoso que los godos, de manera que a Valente, aun caracterizándolo de molicie, no se puede designar de funesto gobernante.
La situación empieza a entrar en crisis tras la llegada de los primeros emigrantes nómadas del Asia Central, lanzándose a las fronteras con fuerza, y arrasando a todos los pueblos que encontraban a su paso, hasta a los mismos godos.
Valente, enterado de la situación, prefiere aguardar receloso, la llegada de unos godos asustados y doloridos en las fronteras, pidiendo asilo ante la amenaza huna.
Accede aunque manteniendo un control y traspaso controlado, evitando así una desproporción poblacional en la frontera, que supusiera una amenaza grave.
La convivencia entre los pobladores, sin duda alcanzó un nivel pronto, que el mismo emperador no preveía entre sus opciones: la de las fricciones y malestar supremo. Los godos veían como sus congéneres eran prácticamente vendidos como esclavos, sus mujeres elegidas al mejor postor, y sus guerreros, asentados como simples esclavos colonos de los romanos.
Los líderes godos no podían soportar la situación y se levantaron en armas. Era el inicio de una nueva guerra, pero esta vez, en propio territorio romano, y en las cercanías de la mismísima Constantinopla.
Los líderes godos, acaudillados por Fritiguerno, intentaron negociar, pero la acción sibilina de los romanos al intentar asesinarlo, no hizo sino acrecentar la osadía de unos godos, que ya estaban armados con las propias armaduras de Roma, y gritando con el mismo énfasis y valor que llevaban sin verse durante siglos en las provincias tracias.
Valente sabía que la situación exigía un cambio radical, un movimiento directo, y por supuesto, el peso de todo su ejército sobre el enemigo.
Lo tenía fácil: los ejércitos praesentales, junto con el núcleo comitatensis (herederos de los legionarios romanos), y las unidades limitanei (tropas de frontera), así como los más aguerridos batallones de caballería e infantería del imperio, los ilirios y los palatinae, se concentraban en los Balcanes.
Mientras que los godos, tan sólo tenían su valor, y un exiguo número de hombres, junto con sus familias.
El campo de batalla, fue elegido. Adrianápolis, a tan sólo unos ridículos kilómetros cerca de la capital.
Valente, estuvo avisado de la llegada de su sobrino, Graciano, subido al trono tras la muerte por apoplejía de su padre, Valentiniano. El orgulloso emperador oriental, no consideró la ayuda de Occidente como necesaria, de manera que se lanzó a la batalla él, y 2/3 del ejército romano oriental.
Los godos adoptaron en el transcurso de los primeros embites, maniobras de escaramuza, ralentizando las marchas del magno ejército romano, así como desestabilizando la formación. Los romanos mantenían la misma con gran disciplina, avanzando con orden y silencio.
La caballería romana, con alarde de audacia, se adelantó para derrotar un ala goda, pero fue rápidamente rechazada, y perseguida no ya por la infantería enemiga, sino por la mismísima caballería goda, traída en secreto después de la entrada masiva de los godos.
La carga fue tan contundente, que la caballería romana, derrotada por dos veces, huyó de la batalla, perseguida constantemente por la goda.
Ahora era el momento, ahora los godos podrían aniquilar mediante la acción conjunta de infantería y caballería en regreso, al núcleo de infantería romana, indefensa ante la acometida por ambos frentes.
Siglos de experiencia en la guerra, dotaron a Roma, de ingenios militares y maniobras propias de personas extraordinarias, que les llevaron a rechazar ataques o derrotas que parecían ya verse en claridad.
Desafortunadamente, ya no había un Aureliano, un Julio César, o un Trajano, que pudiera contraatacar la situación y resultar victoriosos, salvando el imperio.
El desastre estaba claro. El emperador, refugiado en las últimas unidades palatinae, los lanciarii seniores y los matiacci, aguantó hasta el final, resultando inconclusa su muerte.
Las unidades fueron cayendo una a una.
Los godos se bañaban en sangre. El polvo lograba que la sangre se camuflase como su segunda piel. Los romanos quebraban las espadas, se lanzaban contra los godos de cualquier manera posible, con tal de aniquilar de alguna manera algún enemigo.
Mientras que los godos reían histéricamente en la batalla, los romanos de forma serena, dejaban a sus heridos atrás, manteniendo la posición, y sudando fríamente, mientras se amputaban miembros que ya no sirviesen, ya fuesen materiales de guerra, o físicamente.
Sólo los lanciarii y los matiacci, aguantaron hasta el final, logrando conseguir el perdón, y manteniendo el honor, de los antepasados romanos.
Casi todos murieron.
Sólo sobrevivía una parte de los ejércitos, consistente en tropas auxiliares de rápido movimiento, y algunos que otros escuadrones de caballería. Las tropas más valiosas, con los generales más valerosos en la línea de batalla, sucumbieron.
Los godos persiguieron los restos de los ejércitos hasta la mismísima Adrianápolis, y más tarde, intentaron un asalto a Constantinopla.
Fracasaron.
La poliorcética, aún estaba del lado de Roma.
Este nuevo capítulo de la genealogía de la épica, alude al sacrificio glorioso del esquema clásico romano de batalla, con la infantería clásica, aunque no supuso el fin de las legiones ni mucho menos.
Sólo necesitaron un siglo y medio, para levantarse, reconquistar la patria, anexionar antiguos territorios robados, y mantener un poderío evidente y supremo, hasta la llegada de los árabes.
Este es un tributo, al genial esquema clásico romano de la infantería en batalla, que durante numerosos siglos, prevaleció en el campo de batalla, llevando la figura del soldado romano, a la envidia e imitación durante siglos posteriores, aunque con evidente fracaso a ello.
Siglos de guerras fraticidas primero en la península itálica, con pobladores tribales y helénicos, que no se sometían con facilidad y ofrecieron resistencia incluso en los albores de los últimos años de la República.
Generaciones perdidas en dos continentes, durante la guerra contra la enemiga por excelencia de la República romana.
Años de sufrimiento soportando las correrías de las tribus celtas y germanas, prolongados hasta el último suspiro del imperio.
Costosas y largas guerras en el Oriente y los restos del Imperio de Alejandro, que determinaron el nacimiento de un nuevo enemigo, esta vez, hasta el final de una era.
Sin embargo, Roma, consiguió levantarse por encima de todos ellos, y alzar su mano poderosa, por siglos que parecían eternos.
Pero si algo es considerado una verdad universal, es la inexistencia de la eternidad. Roma, a mediados del siglo IV, empezó a tambalearse ante la vorágine de sucesos desgraciados que la sacudían desde las primeras grandes invasiones, rechazadas por toda una generación de emperadores, que en numerosas ocasiones cayeron luchando en batalla.
No había más sangre ni gloria para otra generación más de esos valientes; sólo hubo algunos que intentaron, con algún rastro de esa sangre ya perdida, levantar el imperio, mas era una tarea tan titánica, que hubiéranse necesitado sin duda, la figura de un mito, en una época, en la que ya no existían.
Las fronteras tan solo eran el camino de paso para la adquisición de nuevas conquistas para todo el mundo más allá del romano: ahora el botín era Roma, y no el mundo.
Llegamos pues, en esta tesitura, de ambiente frágil, gris, y funesto, al capítulo final del esquema clásico de las legiones.
Valente, emperador reinante del Imperio de Oriente, había accedido al trono, compartido con su hermano Valentiniano, emperador de Occidente, tras la rápida muerte de Joviano, sucesor elegido a toda prisa con la muerte del verdadero emperador reinante, Juliano, fallecido en batalla.
Mientras que Valentiniano, había impulsado y tomado ejemplo de su antiguo señor, reformando las fronteras a fondo, luchando contra las tribus sin descanso, y rechazando acuerdos humillantes, su hermano se dedicaba al lujo y acomode de Oriente, lanzando apenas varias correrías en territorio godo, para mantener el aviso y autoridad romana en la frontera.
Cierto es, que en esa época justamente, no había otro enemigo muy poderoso que los godos, de manera que a Valente, aun caracterizándolo de molicie, no se puede designar de funesto gobernante.
La situación empieza a entrar en crisis tras la llegada de los primeros emigrantes nómadas del Asia Central, lanzándose a las fronteras con fuerza, y arrasando a todos los pueblos que encontraban a su paso, hasta a los mismos godos.
Valente, enterado de la situación, prefiere aguardar receloso, la llegada de unos godos asustados y doloridos en las fronteras, pidiendo asilo ante la amenaza huna.
Accede aunque manteniendo un control y traspaso controlado, evitando así una desproporción poblacional en la frontera, que supusiera una amenaza grave.
La convivencia entre los pobladores, sin duda alcanzó un nivel pronto, que el mismo emperador no preveía entre sus opciones: la de las fricciones y malestar supremo. Los godos veían como sus congéneres eran prácticamente vendidos como esclavos, sus mujeres elegidas al mejor postor, y sus guerreros, asentados como simples esclavos colonos de los romanos.
Los líderes godos no podían soportar la situación y se levantaron en armas. Era el inicio de una nueva guerra, pero esta vez, en propio territorio romano, y en las cercanías de la mismísima Constantinopla.
Los líderes godos, acaudillados por Fritiguerno, intentaron negociar, pero la acción sibilina de los romanos al intentar asesinarlo, no hizo sino acrecentar la osadía de unos godos, que ya estaban armados con las propias armaduras de Roma, y gritando con el mismo énfasis y valor que llevaban sin verse durante siglos en las provincias tracias.
Valente sabía que la situación exigía un cambio radical, un movimiento directo, y por supuesto, el peso de todo su ejército sobre el enemigo.
Lo tenía fácil: los ejércitos praesentales, junto con el núcleo comitatensis (herederos de los legionarios romanos), y las unidades limitanei (tropas de frontera), así como los más aguerridos batallones de caballería e infantería del imperio, los ilirios y los palatinae, se concentraban en los Balcanes.
Mientras que los godos, tan sólo tenían su valor, y un exiguo número de hombres, junto con sus familias.
El campo de batalla, fue elegido. Adrianápolis, a tan sólo unos ridículos kilómetros cerca de la capital.
Valente, estuvo avisado de la llegada de su sobrino, Graciano, subido al trono tras la muerte por apoplejía de su padre, Valentiniano. El orgulloso emperador oriental, no consideró la ayuda de Occidente como necesaria, de manera que se lanzó a la batalla él, y 2/3 del ejército romano oriental.
Los godos adoptaron en el transcurso de los primeros embites, maniobras de escaramuza, ralentizando las marchas del magno ejército romano, así como desestabilizando la formación. Los romanos mantenían la misma con gran disciplina, avanzando con orden y silencio.
La caballería romana, con alarde de audacia, se adelantó para derrotar un ala goda, pero fue rápidamente rechazada, y perseguida no ya por la infantería enemiga, sino por la mismísima caballería goda, traída en secreto después de la entrada masiva de los godos.
La carga fue tan contundente, que la caballería romana, derrotada por dos veces, huyó de la batalla, perseguida constantemente por la goda.
Ahora era el momento, ahora los godos podrían aniquilar mediante la acción conjunta de infantería y caballería en regreso, al núcleo de infantería romana, indefensa ante la acometida por ambos frentes.
Siglos de experiencia en la guerra, dotaron a Roma, de ingenios militares y maniobras propias de personas extraordinarias, que les llevaron a rechazar ataques o derrotas que parecían ya verse en claridad.
Desafortunadamente, ya no había un Aureliano, un Julio César, o un Trajano, que pudiera contraatacar la situación y resultar victoriosos, salvando el imperio.
El desastre estaba claro. El emperador, refugiado en las últimas unidades palatinae, los lanciarii seniores y los matiacci, aguantó hasta el final, resultando inconclusa su muerte.
Las unidades fueron cayendo una a una.
Los godos se bañaban en sangre. El polvo lograba que la sangre se camuflase como su segunda piel. Los romanos quebraban las espadas, se lanzaban contra los godos de cualquier manera posible, con tal de aniquilar de alguna manera algún enemigo.
Mientras que los godos reían histéricamente en la batalla, los romanos de forma serena, dejaban a sus heridos atrás, manteniendo la posición, y sudando fríamente, mientras se amputaban miembros que ya no sirviesen, ya fuesen materiales de guerra, o físicamente.
Sólo los lanciarii y los matiacci, aguantaron hasta el final, logrando conseguir el perdón, y manteniendo el honor, de los antepasados romanos.
Casi todos murieron.
Sólo sobrevivía una parte de los ejércitos, consistente en tropas auxiliares de rápido movimiento, y algunos que otros escuadrones de caballería. Las tropas más valiosas, con los generales más valerosos en la línea de batalla, sucumbieron.
Los godos persiguieron los restos de los ejércitos hasta la mismísima Adrianápolis, y más tarde, intentaron un asalto a Constantinopla.
Fracasaron.
La poliorcética, aún estaba del lado de Roma.
Este nuevo capítulo de la genealogía de la épica, alude al sacrificio glorioso del esquema clásico romano de batalla, con la infantería clásica, aunque no supuso el fin de las legiones ni mucho menos.
Sólo necesitaron un siglo y medio, para levantarse, reconquistar la patria, anexionar antiguos territorios robados, y mantener un poderío evidente y supremo, hasta la llegada de los árabes.
Este es un tributo, al genial esquema clásico romano de la infantería en batalla, que durante numerosos siglos, prevaleció en el campo de batalla, llevando la figura del soldado romano, a la envidia e imitación durante siglos posteriores, aunque con evidente fracaso a ello.
Faras- Moderador
- Mensajes : 486
Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : Bética
Re: El último momento de gloria de la legión romana clásica
Vaya juraría que leyendo este articulo me trasladé hacia la época... como para verlo simulado en el Barbarian. Muy bien Faras, aplausos para ti.
Re: El último momento de gloria de la legión romana clásica
Muy buena informacion...
snakeblp- Alférez
- Mensajes : 633
Fecha de inscripción : 14/07/2011
Edad : 36
Re: El último momento de gloria de la legión romana clásica
Gran aporte me ha hecho sentir como si estuviera en adrianopolis.
numantinvs- Sargento
- Mensajes : 230
Fecha de inscripción : 08/04/2011
Edad : 29
Localización : Cataluña (Comarca de Osona)
Praetorian- Cabo
- Mensajes : 192
Fecha de inscripción : 17/06/2011
Edad : 29
Localización : Comalcalco!!
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