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La batalla de Pavía - Satrapa1
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La batalla de Pavía - Satrapa1
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LA BATALLA DE PAVÍA
La descripción de la Batalla de Pavía que reflejamos en este trabajo está basada en alguna de las crónicas hispanas de la época. Principalmente en la Fray Juan de Oznayo, personaje que se mantuvo junto a los arcabuceros del Marqués de Pescara durante toda la jornada y fue por ello testigo directo de la mayor parte de los hechos de armas que a continuación narraremos.
En el año 1524, Francisco I entra en Italia persiguiendo al ejército imperial que había invadido, sin éxito, la Provenza. Totalmente derrotadas, las fuerzas imperiales se retiran rápidamente del Milanesado, dejando atrás una fuerte guarnición en Pavía destinada a entorpecer los movimientos franceses. Mientras tanto, el ejército de Carlos V se reorganiza y se prepara para la contraofensiva.
Francisco, tras ocupar Milán y hacerse con la totalidad del Ducado, marcha sobre Pavía a la que somete a un férreo asedio. En su interior resiste el español Antonio de Leyva con una nutrida guarnición de unos 6.000 hombres, entre españoles, italianos y alemanes. El asedio se prolongará por espacio de algunos meses, lo que permitirá a las fuerzas imperiales reforzarse y prepararse para la batalla, al tiempo que, paralelamente, las francesas se van viendo sensiblemente mermadas. La llegada a Italia de los 12.000 lansquenetes de Frundsberg acabó por empujar al fin al Marqués de Pescara a pasar a la ofensiva antes de que su ya numeroso ejército, por falta de pago, pudiese llegar de nuevo a dispersarse.
Llegados al campo de batalla, a las afueras de Pavía, los imperiales tomaron posiciones y se fortificaron a resguardo de la siempre temible artillería francesa. Con el paso de los días se hizo evidente para los imperiales la imposibilidad de ofrecer batalla a Francisco. Los franceses se encontraban bien atrincherados y no tenían la menor intención de combatir en campo abierto. Un avance contra aquel dispositivo era, sencillamente, suicida.
Enfrentados a la tarea de encontrar la manera de obligar a sus enemigos a salir de sus fortificaciones, el comandante en jefe del ejercito imperial, el Marques de Pescara, opto por dar un rodeo y atacar a través del inmenso parque amurallado de Mirabello, donde el rey de Francia había dispuesto su campamento y donde, a buen seguro, no eran esperados. A medianoche del 23 de febrero de 1525 un numeroso grupo de zapadores del ejército imperial comenzó a abrir tres brechas en el lienzo de la muralla que rodeaba el parque. El lugar escogido se encontraba bien lejos de las posiciones francesas y quizás, pensaban, los franceses se verían sorprendidos por su súbita irrupción en el campo de batalla. Por desgracia para los imperiales, forzar la muralla del parque, y comenzar a introducirse en él costo más de lo deseado. Alertados los franceses, dispusieron del tiempo suficiente para organizar sus tropas y su estrategia para la batalla. Para cuando los primeros cuadros españoles e italianos pudieron atravesar la muralla y entrar en el parque, los franceses ya estaban prácticamente desplegados para el encuentro y habían decidido la táctica que iban a adoptar.
Francisco comenzaba a desplegar, en aquellos momentos, más de 30 piezas de artillería pesada, amén de muchas otras de menor calibre. Esta batería era su principal baza táctica ante los imperiales. Gracias a la técnica que habían desarrollado, los franceses podían mover y emplazar con relativa rapidez su artillería pesada. Esa, quizás, fue la mayor sorpresa con la que se encontró el Marques de Pescara, quien seguramente daba por hecho que las baterías de su adversario continuarían apostadas junto a Pavía.
EL CAMPO FRANCÉS
El despliegue de los franceses, un tanto condicionado por las circunstancias e influido por la falta de tiempo, era poco elaborado. Su mayor defecto consistía en la poca cohesión de su línea de batalla, que como veremos, pesará mucho en el resultado final del encuentro. Constaba de tres grupos de combate bien diferenciados; El más poderoso se encontraba junto al rey; 3.600 jinetes entre los que se encontraba la famosa gendarmerie (sus caballeros), unos 900 hombres a los que alguna de las crónicas castellanas denominan a la antigua catafractos, la flor y nata de la nobleza francesa que comprendía entre sus filas a más de setenta príncipes y grandes nobles. En aquel sector se desplegaba la artillería antes mencionada, dirigida toda ella, según las fuentes, por un gascon, el veterano y experto Galliot de Genouillac, que desde la posición elegida y teniendo en cuenta la línea de avance de los imperiales, los enfilaba de través.
Junto al rey, su caballería ligera y sus gendarmes, aunque quizás más alejados de lo que era recomendable, los lansquenetes alemanes de Güeldrés, unos 4.000, comandados por Suffolk (Richard De la Pole), y con ellos, parte de la infantería francesa, unos 2000 gascones y bearneses.
El segundo grupo, que evolucionaba mucho más a la derecha, era el de los suizos de Fleurange. Entre 3.000 y 5.000 hombres, eran sin duda las mejores tropas con que contaba el ejército francés. Su flanco derecho venía protegido por un cuerpo de caballería ligera, alrededor de 500 jinetes, al mando de Tiercelin.
El tercer grupo era el formado por la retaguardia que, a la par, mantenía el cerco sobre Pavía: unos 10.000 hombres dispersos entre varios bastiones y atrincheramientos. Su núcleo principal consistía en una unidad de suizos bajo Montmorency, tropas que llegado el caso podrían acudir rápidamente al campo de batalla.
EL DESPLIEGUE IMPERIAL
La columna de avance imperial, que atravesaba el bosque que cubría buena parte de ese sector del parque, una vez detectado el dispositivo francés, comenzó a desplegarse frente a su enemigo. En ese momento, el propio Pescara encabezó una unidad de españoles que llevo hacia la colina en cuya cima se levantaba el castillo de Mirabello, una posición de gran relevancia táctica, pues desde allí se dominaba el campo de batalla y se podía, además, sorprender de través a los franceses si estos procedían a desencadenar un ataque.
La expuesta línea de batalla imperial comenzó entonces a sufrir los efectos del devastador fuego de la artillería de Francisco. Las bajas causadas a las columnas imperiales fueron relativamente serias (llegarían quizás a unas 600 al termino de la jornada). Sorprendidas e impotentes, las tropas imperiales tuvieron entonces que retroceder unos metros e intentar aprovechar los desniveles del terreno para atenuar en lo posible los efectos del fuego francés.
En aquellos momentos iniciales de confusión, las tropas de Fleurange, que actuaban seguramente bajo un plan preconcebido, avanzaron incontenibles junto a la caballería ligera de Tiercelin en dirección a la brecha por donde habían entrado los imperiales. Si se movían con rapidez bien podrían sorprender la retaguardia de Pescara en unos momentos en que sus fuerzas se encontraba casi clavadas sobre el terreno por el fuego graneado de las baterías francesas. Para los imperiales fue un momento, como veremos, difícil y de gran indecisión.
LOS PRIMEROS ENCUENTROS
Quiso la suerte que la caballería ligera francesa y parte de los suizos, que se adelantaban hacia la brecha abierta en la muralla, se topasen frontalmente con una unidad de infantería napolitana que, retrasada, se encontraba todavía marchando por aquel sector. Una vez más la disciplina y cohesión de las esplendidas tropas al servicio de Carlos evitaron el desastre. El capitán Papacoda, a la sazón al mando de la unidad italiana, mientras sopesaba la idea de replegarse sobre una alameda cercana para ponerse a resguardo al menos de la caballería enemiga, fue increpado por uno de sus alféreces quien le espeto: “ …que para un día como aquel os había pagado el emperador muchos años: y por tanto no os cumple menear de donde estáis, sino tened por cierto que el primer picazo que yo daré será a vos”. Obviamente el capitán italiano se mantuvo en el lugar preparado para lo peor. El choque fue terrible, los napolitanos lucharon con bravura pero no pudieron evitar ser aniquilados. Según el cronista, este combate, aunque acabo en derrota para los imperiales, evito el ulterior avance de esos mismos franceses, pues también agoto el poder combativo de sus jinetes, que pese a quedar victoriosos debieron sufrir también un buen número de bajas. Los suizos, por su parte, y sin oposición, se toparon con las pocas piezas de artillería ligera que disponían en aquel lugar los españoles, batería que comenzaron a utilizar contra estos mientras daban ya los usuales gritos de victoria: ¡Francia, Francia! dando prácticamente la jornada por ganada. Y no era para menos, pues la línea de batalla imperial se encontraba todavía clavada sobre el terreno por el fuego de la artillería de Francisco, víctimas entonces de la indecisión en un momento crucial como aquel.
LA HORA DE LA VERDAD
El Virrey de Nápoles, Lannoy, a la sazón al frente de la caballería pesada española y que había observado el avance de Fleurange, envió, presa de la turbación, a decir a Pescara -recordemos que situado ahora en la posición de Mirabello: “ que lo mejor que se podía hacer era refugiarse dentro del foso de Mirabello, que al lugar acudirían todos y así, a salvo de los tiros de la artillería francesa, podrían sopesar con calma las salidas que se les ofrecían”. El Marques de Pescara, al recibir y leer la nota del Virrey, le remitió la orden de cargar inmediatamente con su caballería sobre las posiciones francesas. Entre tanto, comenzó él mismo a retroceder, abandonando Mirabello y tornando al centro, mientras hacia desmontar a sus jinetes y los situaba junto a la infantería.
El Virrey, incrédulo, volvió a enviar a Pescara la recomendación de que lo más adecuado seria replegarse sobre Mirabello y, Pescara, de nuevo, y suponemos que con mas vehemencia, a ordenarle el asalto de las posiciones francesas. Pescara se daba cuenta de que era totalmente absurda la idea del Virrey. De replegarse a los fosos de Mirabello, serian rápidamente copados por sus enemigos, quienes podrían entonces recolocar a voluntad sus baterías y les someterían a un castigo, si cabe, mucho mayor que el hasta ese momento habían recibido. Y dicho y ordenado esto, montó a caballo y echando mano de su espada, ordeno el avance, comandado por él mismo, de sus españoles (entre ellos 800 arcabuceros), con la intención de converger con el Virrey en el ataque a las posiciones francesas.
El Virrey Lannoy, al tiempo que recibía la orden, observó, para su desazón, cómo el Marques de Pescara comenzaba ya por su cuenta la ofensiva. No respondió. Tan solo hizo sobre sí la señal de la cruz y se dispuso para una carga prácticamente suicida contra las posiciones ocupadas por su enemigo.....
Digo, para tener algo en el foro ^^
LA BATALLA DE PAVÍA
La descripción de la Batalla de Pavía que reflejamos en este trabajo está basada en alguna de las crónicas hispanas de la época. Principalmente en la Fray Juan de Oznayo, personaje que se mantuvo junto a los arcabuceros del Marqués de Pescara durante toda la jornada y fue por ello testigo directo de la mayor parte de los hechos de armas que a continuación narraremos.
En el año 1524, Francisco I entra en Italia persiguiendo al ejército imperial que había invadido, sin éxito, la Provenza. Totalmente derrotadas, las fuerzas imperiales se retiran rápidamente del Milanesado, dejando atrás una fuerte guarnición en Pavía destinada a entorpecer los movimientos franceses. Mientras tanto, el ejército de Carlos V se reorganiza y se prepara para la contraofensiva.
Francisco, tras ocupar Milán y hacerse con la totalidad del Ducado, marcha sobre Pavía a la que somete a un férreo asedio. En su interior resiste el español Antonio de Leyva con una nutrida guarnición de unos 6.000 hombres, entre españoles, italianos y alemanes. El asedio se prolongará por espacio de algunos meses, lo que permitirá a las fuerzas imperiales reforzarse y prepararse para la batalla, al tiempo que, paralelamente, las francesas se van viendo sensiblemente mermadas. La llegada a Italia de los 12.000 lansquenetes de Frundsberg acabó por empujar al fin al Marqués de Pescara a pasar a la ofensiva antes de que su ya numeroso ejército, por falta de pago, pudiese llegar de nuevo a dispersarse.
Llegados al campo de batalla, a las afueras de Pavía, los imperiales tomaron posiciones y se fortificaron a resguardo de la siempre temible artillería francesa. Con el paso de los días se hizo evidente para los imperiales la imposibilidad de ofrecer batalla a Francisco. Los franceses se encontraban bien atrincherados y no tenían la menor intención de combatir en campo abierto. Un avance contra aquel dispositivo era, sencillamente, suicida.
Enfrentados a la tarea de encontrar la manera de obligar a sus enemigos a salir de sus fortificaciones, el comandante en jefe del ejercito imperial, el Marques de Pescara, opto por dar un rodeo y atacar a través del inmenso parque amurallado de Mirabello, donde el rey de Francia había dispuesto su campamento y donde, a buen seguro, no eran esperados. A medianoche del 23 de febrero de 1525 un numeroso grupo de zapadores del ejército imperial comenzó a abrir tres brechas en el lienzo de la muralla que rodeaba el parque. El lugar escogido se encontraba bien lejos de las posiciones francesas y quizás, pensaban, los franceses se verían sorprendidos por su súbita irrupción en el campo de batalla. Por desgracia para los imperiales, forzar la muralla del parque, y comenzar a introducirse en él costo más de lo deseado. Alertados los franceses, dispusieron del tiempo suficiente para organizar sus tropas y su estrategia para la batalla. Para cuando los primeros cuadros españoles e italianos pudieron atravesar la muralla y entrar en el parque, los franceses ya estaban prácticamente desplegados para el encuentro y habían decidido la táctica que iban a adoptar.
Francisco comenzaba a desplegar, en aquellos momentos, más de 30 piezas de artillería pesada, amén de muchas otras de menor calibre. Esta batería era su principal baza táctica ante los imperiales. Gracias a la técnica que habían desarrollado, los franceses podían mover y emplazar con relativa rapidez su artillería pesada. Esa, quizás, fue la mayor sorpresa con la que se encontró el Marques de Pescara, quien seguramente daba por hecho que las baterías de su adversario continuarían apostadas junto a Pavía.
EL CAMPO FRANCÉS
El despliegue de los franceses, un tanto condicionado por las circunstancias e influido por la falta de tiempo, era poco elaborado. Su mayor defecto consistía en la poca cohesión de su línea de batalla, que como veremos, pesará mucho en el resultado final del encuentro. Constaba de tres grupos de combate bien diferenciados; El más poderoso se encontraba junto al rey; 3.600 jinetes entre los que se encontraba la famosa gendarmerie (sus caballeros), unos 900 hombres a los que alguna de las crónicas castellanas denominan a la antigua catafractos, la flor y nata de la nobleza francesa que comprendía entre sus filas a más de setenta príncipes y grandes nobles. En aquel sector se desplegaba la artillería antes mencionada, dirigida toda ella, según las fuentes, por un gascon, el veterano y experto Galliot de Genouillac, que desde la posición elegida y teniendo en cuenta la línea de avance de los imperiales, los enfilaba de través.
Junto al rey, su caballería ligera y sus gendarmes, aunque quizás más alejados de lo que era recomendable, los lansquenetes alemanes de Güeldrés, unos 4.000, comandados por Suffolk (Richard De la Pole), y con ellos, parte de la infantería francesa, unos 2000 gascones y bearneses.
El segundo grupo, que evolucionaba mucho más a la derecha, era el de los suizos de Fleurange. Entre 3.000 y 5.000 hombres, eran sin duda las mejores tropas con que contaba el ejército francés. Su flanco derecho venía protegido por un cuerpo de caballería ligera, alrededor de 500 jinetes, al mando de Tiercelin.
El tercer grupo era el formado por la retaguardia que, a la par, mantenía el cerco sobre Pavía: unos 10.000 hombres dispersos entre varios bastiones y atrincheramientos. Su núcleo principal consistía en una unidad de suizos bajo Montmorency, tropas que llegado el caso podrían acudir rápidamente al campo de batalla.
EL DESPLIEGUE IMPERIAL
La columna de avance imperial, que atravesaba el bosque que cubría buena parte de ese sector del parque, una vez detectado el dispositivo francés, comenzó a desplegarse frente a su enemigo. En ese momento, el propio Pescara encabezó una unidad de españoles que llevo hacia la colina en cuya cima se levantaba el castillo de Mirabello, una posición de gran relevancia táctica, pues desde allí se dominaba el campo de batalla y se podía, además, sorprender de través a los franceses si estos procedían a desencadenar un ataque.
La expuesta línea de batalla imperial comenzó entonces a sufrir los efectos del devastador fuego de la artillería de Francisco. Las bajas causadas a las columnas imperiales fueron relativamente serias (llegarían quizás a unas 600 al termino de la jornada). Sorprendidas e impotentes, las tropas imperiales tuvieron entonces que retroceder unos metros e intentar aprovechar los desniveles del terreno para atenuar en lo posible los efectos del fuego francés.
En aquellos momentos iniciales de confusión, las tropas de Fleurange, que actuaban seguramente bajo un plan preconcebido, avanzaron incontenibles junto a la caballería ligera de Tiercelin en dirección a la brecha por donde habían entrado los imperiales. Si se movían con rapidez bien podrían sorprender la retaguardia de Pescara en unos momentos en que sus fuerzas se encontraba casi clavadas sobre el terreno por el fuego graneado de las baterías francesas. Para los imperiales fue un momento, como veremos, difícil y de gran indecisión.
LOS PRIMEROS ENCUENTROS
Quiso la suerte que la caballería ligera francesa y parte de los suizos, que se adelantaban hacia la brecha abierta en la muralla, se topasen frontalmente con una unidad de infantería napolitana que, retrasada, se encontraba todavía marchando por aquel sector. Una vez más la disciplina y cohesión de las esplendidas tropas al servicio de Carlos evitaron el desastre. El capitán Papacoda, a la sazón al mando de la unidad italiana, mientras sopesaba la idea de replegarse sobre una alameda cercana para ponerse a resguardo al menos de la caballería enemiga, fue increpado por uno de sus alféreces quien le espeto: “ …que para un día como aquel os había pagado el emperador muchos años: y por tanto no os cumple menear de donde estáis, sino tened por cierto que el primer picazo que yo daré será a vos”. Obviamente el capitán italiano se mantuvo en el lugar preparado para lo peor. El choque fue terrible, los napolitanos lucharon con bravura pero no pudieron evitar ser aniquilados. Según el cronista, este combate, aunque acabo en derrota para los imperiales, evito el ulterior avance de esos mismos franceses, pues también agoto el poder combativo de sus jinetes, que pese a quedar victoriosos debieron sufrir también un buen número de bajas. Los suizos, por su parte, y sin oposición, se toparon con las pocas piezas de artillería ligera que disponían en aquel lugar los españoles, batería que comenzaron a utilizar contra estos mientras daban ya los usuales gritos de victoria: ¡Francia, Francia! dando prácticamente la jornada por ganada. Y no era para menos, pues la línea de batalla imperial se encontraba todavía clavada sobre el terreno por el fuego de la artillería de Francisco, víctimas entonces de la indecisión en un momento crucial como aquel.
LA HORA DE LA VERDAD
El Virrey de Nápoles, Lannoy, a la sazón al frente de la caballería pesada española y que había observado el avance de Fleurange, envió, presa de la turbación, a decir a Pescara -recordemos que situado ahora en la posición de Mirabello: “ que lo mejor que se podía hacer era refugiarse dentro del foso de Mirabello, que al lugar acudirían todos y así, a salvo de los tiros de la artillería francesa, podrían sopesar con calma las salidas que se les ofrecían”. El Marques de Pescara, al recibir y leer la nota del Virrey, le remitió la orden de cargar inmediatamente con su caballería sobre las posiciones francesas. Entre tanto, comenzó él mismo a retroceder, abandonando Mirabello y tornando al centro, mientras hacia desmontar a sus jinetes y los situaba junto a la infantería.
El Virrey, incrédulo, volvió a enviar a Pescara la recomendación de que lo más adecuado seria replegarse sobre Mirabello y, Pescara, de nuevo, y suponemos que con mas vehemencia, a ordenarle el asalto de las posiciones francesas. Pescara se daba cuenta de que era totalmente absurda la idea del Virrey. De replegarse a los fosos de Mirabello, serian rápidamente copados por sus enemigos, quienes podrían entonces recolocar a voluntad sus baterías y les someterían a un castigo, si cabe, mucho mayor que el hasta ese momento habían recibido. Y dicho y ordenado esto, montó a caballo y echando mano de su espada, ordeno el avance, comandado por él mismo, de sus españoles (entre ellos 800 arcabuceros), con la intención de converger con el Virrey en el ataque a las posiciones francesas.
El Virrey Lannoy, al tiempo que recibía la orden, observó, para su desazón, cómo el Marques de Pescara comenzaba ya por su cuenta la ofensiva. No respondió. Tan solo hizo sobre sí la señal de la cruz y se dispuso para una carga prácticamente suicida contra las posiciones ocupadas por su enemigo.....
Re: La batalla de Pavía - Satrapa1
... buen AAR.
... ups... eeeh, digooo...
(jajajaj)
... Si bien es considerada la muerte de la caballería pesada (ésas de los yelmos y armaduras) los arcabuces ya habían comenzado a usarse mucho antes, en España y en Bohemia (Guerras Husitas)... Está considerada, también y junto a Rocroi, el triunfo de las armas de fuego sobre las tradicionales, y no sin razón... no voy a adelantar nada, pero contá lo que le pasó a los suizos luego (creo que olvidaste poner continuará...).
un saludo cordial sakya.
Archaeopterix- Laburante (Modificando el Game)
- Mensajes : 1338
Fecha de inscripción : 29/03/2011
Re: La batalla de Pavía - Satrapa1
Fue una victoria total, no sé como no mataron a Francisco I directamente..(habría estado bien, para variar)
Faras- Moderador
- Mensajes : 486
Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : Bética
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